viernes, 31 de octubre de 2008

Castorera Paso Garibaldi



El Paso Garibaldi, es el paso entre montañas que atraviesa la ruta 3 “Comandante Luis Piedrabuena” en el trayecto que une Rio Grande y Ushuaia, las dos ciudades mas grandes de la Tierra del Fuego.
En la actualidad toda la ruta se encuentra asfaltada.

Castorera paso Garibaldi…
Experiencia casi religiosa, que no volvi a sentir…
Increible, un lugar tan pequeño, a orillas de la ruta y tan mágico, tal vez porque eran otras épocas… unos cinco años atrás… y tanto ha cambiado todo.
La ruta en esa parte era todavia de ripio, por lo tanto el camino Rio Grande Ushuaia no estaba tan transitado como ahora, supongo que ahora seria imposible acampar ahí. Tampoco lo intentaria. Como dicen los chicos. Ya fue…
Casi dos temporadas acampamos en ese lugar, apenas pasando Paso Garibadi, como dije casi a orillas de la ruta.
Un hilito de agua que cae desde un barranco no muy alto, desagotando un pequeño dique de castores activo. El agua viene por supuesto desde la montaña bautizada por nosotros “Montaña Negra” por las rocas negras en su cima.
Rodeando la castorera cesped verde, y el bosque virgen. El barranco baja en altura hacia el otro lado generando un lugar sumamente reparado, chiquito pero acogedor, al lado del agua, pasando unos metros la castorera.
Hacemos la carpa y un pequeño fuego. Y acampamos en una paz imposible de describir…
Cuantos campings!!! Cuantos descansos. Cuanta Naturaleza, y otra vez… Cuanta paz!!
Carpa abrigada, asado caliente, mates en pava….
Comienza a oscurecer y vemos que el agua de la castorera se mueve, haciendo pequeñas ondas que van aumentando de a poco. Desaparecen otra vez. Pasan unos minutos y aparecen de nuevo, mas intensas. Un lomo marron comienza a asomarse delante de las ondas en el agua, y dos pequeñas orejas y ojos escudriñan los alrededores. Al principio, despues de un rato, nos detectan y Plaf!! Sonoro golpear sobre el agua con la cola salpicando agua, para avisar que hay intrusos, sonido que a mas de uno asustaria si no supiera que ahí hay castores y si no conocieran su manera de alertar que algo pasa.
Es otoño. Paso horas recostada a orillas de la castorera, en silencio, muy abrigada, sin moverme ni un milimetro, silencio, tanto silencio, verlos arreglar con sus manitos y trompa el dique, reforzandolo con barro, piedras y ramas pequeñas, o salir de la castorera por sus caminos y volver con ramas de coihue en sus bocas, sumergirse en el agua e insertarlas en en “almacen” que preparan para el invierno.
Cuanta magia, cuanta paz, cuanta comunion con la naturaleza, cuanta felicidad.Asi hasta que el frio y el sueño me llaman a la carpa. Pero antes de dormir unos minutos en la parte superiror del barranco, ahí donde en verano hay un colchon de deliciosas frutillas de la lluvia, a observar el paisaje. La ruta abajo y del otro lado de la ruta, el valle del rio Hambre, de fondo el borde obscuro de la cordillera, arriba, el cielo negro y un millon de estrellas. A mis espaldas se refleja la luz de la luna llena, iluminando magicamente todo el lugar, y una paz que llega al alma, que me funde con todo lo que me rodea. Dicen que las personas creyentes, experimentan ese sentimiento en sus iglesias. Para mi, si Dios existe, estaba ahí, que sensacion tan rara, tan conmovedora y tan hermosa.
Un sueño reparador que es imposible conseguir en la ciudad. Despues, amanecer en la carpa, mates en el fogon mientras se despide brillante como un foco, el Lucero del Alba. Y la vuelta a casa a trabajar, con el alma llena de paz.
Pero la paz y la felicidad nunca son para siempre…
Un dia para en la ruta un señor en una camioneta, sube a nuestro campamento y de muy mala manera, presentandose como un funcionario de no recuerdo que area, nos recrimina que estemos en ese lugar, con una larga serie de argumentos, esos argumentos estudiados de algun folleto, sin ver que no haciamos daño a nadie, que el lugar estaba intocado, sin conocer nuestro enorme respeto a la naturaleza, nos da un desubicado sermon para arruinarnos el domingo. Seguramente la envidia de vernos tan felices y de no poder recriminarnos ningun daño a la naturaleza según lo que veia, le hace decir al señor que nuestras pisadas estaban dañando el medio ambiente. Nos sobreponemos, y despues de un tiempo seguros que no estabamos cometiendo ningun delito, volvemos a acampar.
Un tiempo despues, llegamos un sabado y encontramos a todos nuestros amigos castores muertos cruelmente por las trampas de los cazadores. Despues de enterrarlos con un enorme dolor del alma, volvemos a sobreponernos y visitamos el lugar por las tardes, en verano a comer frutillas, y disfrutar el paisaje, pero la tristeza de no ver a los castores no nos permite volver a acampar.
Pasan unas semanas mas, y ahora la tristeza es infinita. Las maquinas viales rompieron todo, la castorera, el barranco, las frutillas, sin sentido, sin necesidad, solo por el hecho de sentierse superiores por tener una maquina y porque los controles no controlan lo que realmente deberian controlar…
Pensar que hacian daño nuestras pisadas!!!!
Otro lugar que ya no existe mas…

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